En estos días de homenajes fascistas, Sanjurjos, Utreras Molinas, caras al sol y barrigas llenas se hace imperativo recordar una efeméride infame que llevó el nombre de la villa de Gernika a ser conocida en todo el mundo primero por su criminal destrucción y luego inmortalizada en el lienzo del genial Picasso. Fue un lunes 26 de abril de hace ochenta años y aunque en repetidas ocasiones se ha intentado achacar a que se trataba de un día de mercado, en honor a la verdad hay que decir que con motivo de la cercanía del frente de guerra y los recientes bombardeos de poblaciones vecinas, el ambiente no estaba para muchos festejos. No se puede descartar que ese día el suelo estuviera más concurrido de lo normal pero desde luego no como solía ser lo habitual habiendo feria.
Aún hoy en día se sigue manteniendo por parte de los discípulos franquistas que la motivación del ataque sobre Gernika fue exclusivamente militar debido a su enclave geoestratégico y a sus comunicaciones y puentes. A pesar de la naturaleza de las bombas incendiarias y el ametrallamiento contra la población civil, parece ser que lo importante era la destrucción de fábricas armamentísticas y los puentes que quedaron totalmente intactos. Serán estériles cuantas pruebas se aporten para quienes no quieran ver en la destrucción de la villa el único propósito de aterrorizar a los habitantes y de paso minar la moral de la resistencia republicana de cara a tomar Bilbao que caería dos meses después.
Si alguna polémica ha enfrentado a historiadores serios en el suceso del bombardeo han sido dos no exentas de interés y hoy día no resueltas satisfactoriamente. A saber, el número de víctimas mortales y la procedencia de la orden directa del ataque aéreo. De la primera estoy convencido de que nunca se podrá saber mas que una ligera aproximación y pese a que el baile de cifras puede resultar escandaloso, desde los pocos más de ciento cincuenta muertos hasta casi los dos mil que algún trabajo recientemente publicado mantiene, yo me inclino por la cifra cercana a los doscientos fallecidos. De la segunda polémica aún es pronto para tirar la toalla y resignarse en atribuir la responsabilidad directa a Franco basado en el sentido común de las órdenes de mando. No se conoce documento donde se acredite la orden por escrito del dictador y puede que ni siquiera exista pero ello no implica que no fuese así. Lo que cuesta digerir es la teoría de que conociendo las amenazas precedentes del general Mola y los bombardeos sobre Madrid de los cuales Franco sí estaba perfectamente al tanto, la aviación alemana tuviese la disparatada ocurrencia de llevar a cabo dicha acción sin consultar previamente a la cadena de mando franquista.
Sea como fuere el resultado fue el que conocemos ochenta años después. La mayor parte de Gernika arrasada por las bombas y el fuego que originaron cuyo incendio se mantuvo durante tres días hasta lograr sofocarlo. Miles de familias marcadas a fuego por el terror y la acusación del gobierno franquista de que el incendio debía atribuirse a las “hordas rojas” al igual que hicieron en Durango. Solo que esta vez los corresponsales y los observadores fueron testigos de primera mano.
Ese 26 de abril la línea del frente estaba situada a pocos kilómetros de Durango. La masacre comenzó sobre las 16:30 horas. Un bimotor alemán modelo Dornier 17 que había despegado de Burgos lanzó varias bombas de cincuenta kilos. A continuación tres Savoia italianos modelo 79 procedente de Soria arrojaron más de treinta bombas de cincuenta kilos que causan grandes desperfectos y víctimas. Sobre las 17:00 horas un solitario Heinkel 111 lanza bombas de doscientos cincuenta kilos. Sobre las 18:00 otro Heinkel del mismo modelo pero escoltado por cinco cazas Fiat CR-32 hacen otra batida sobre Gernika. Pero con todo el ataque más dañino es el último llevado a cabo por diecinueve Junker 52 que arrojan las famosas bombas incendiarias de unas veinte toneladas. Los cazas que escoltaron a los Junkers son los encargados de ametrallar a la población que huía despavorida del fuego.
He aquí el “glorioso” comportamiento del ejército fascista como describía en hace pocos años un coronel de nuestro Ejército llamado José Ramón Ávila Bajardí en la publicación “Aeroplano” editada por el Ejército del Aire, quien hablaba en estos termino de la aviación italiana durante la Guerra Civil:
“Con la guerra de España se cierra una época gloriosa para los cazas, comenzada antes en las trincheras de la gran guerra; la de los combates maniobrados, las prolongadas persecuciones y los duelos acrobáticos. Se había abierto la era de los enfrentamientos fulminantes, las ráfagas disparadas desde lejos a bordo de veloces monoplanos, robustos y bien armados, menos adecuados para las acrobacias en formación. Los altos mandos de la Aviación, cegados por los indudables éxitos conseguidos, tardaron, sin embargo, en darse cuenta y continuaron prefiriendo los manejables biplanos por sus competencias de aviación defensiva”.
Todo ese sufrimiento y horror sería reflejado de manera inigualable por Pablo Picasso en su inmortal “Guernica” que se ha convertido en todo un inocuo artístico del siglo XX y que fue creado para la exposición internacional de París de 1937. De hecho el cuadro se pintó en los dos meses posteriores al bombardeo a petición del Gobierno republicano al artista malagueño con el propósito de reivindicar la causa republicana en dicha exposición.
Así que cuando leamos noticias sobre homenajes a “ilustres” personajes o entierros rodeados de honores y parafernalia varias, llámense García -Morato, Sanjurjo, Utrera Molina, o cualquier otro que puso su granito de arena para que los cuarenta años de fascismo español llegase a buen puerto, no estaría de mas volver la vista atrás y escuchar la voz desgarrada de esa madre con su hijo muerto en sus brazos.
Autor: Jordi Pedrosa
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